“De todos los problemas urbanísticos que tiene esta ciudad, el Gran San Miguel de Tucumán, problemas que son demasiados, hay uno que es el más grave de todos: el futuro, y es así porque esta ciudad no lo tiene”, disparó con sincera crudeza el arquitecto Raúl Torres Zuccardi, especialista en planeamiento urbano.
“La ciudad de Tucumán no tiene futuro -argumentó luego Torres Zuccardi- en la medida en que continuemos en la dirección actual, que es la de una ciudad sin un plan de desarrollo, sin una orientación en políticas urbanísticas. Y en la ausencia de una orientación pública que motive el interés privado hacia el desarrollo, la ciudad no tiene futuro”.
El especialista se expresó de esta manera el martes pasado, en la Facultad de Arquitectura de la UNT, en una mesa panel sobre urbanismo denominada “Conversatorio”, ciclo organizado por el Taller “Enrico Tedeschi”, que dirige Hugo Ahumada Ostengo. En el panel, del cual formamos parte, también participaron los arquitectos Guillermo Sobrino y Eduardo Grinblat, y la arquitecta urbanista Marcela Medina.
Si bien el eje de este “Conversatorio” giró sobre “la regeneración urbana en la puerta de la ciudad: El Bajo”, los abordajes se extendieron más allá de este popular barrio tucumano, ya que la mayoría de las deficiencias urbanísticas son comunes a varios de los sectores más importantes de la ciudad.
La síntesis del abandono
Es que El Bajo, de alguna manera, concentra todos los problemas que aquejan a la metrópolis, como si fuera un buen resumen de nuestros males, de nuestra mediocridad, de nuestras postergaciones y de nuestras serias limitaciones para desarrollarnos.
Todos los panelistas, sin excepción, coincidimos en que El Bajo es un barrio privatizado de punta a punta, pero no por el hecho de haberle cedido su gestión a una empresa particular, a un estudio urbanístico, o a un grupo económico, sino que es un barrio privatizado porque el Estado se ha retirado hace muchos años, lo ha abandonado a su suerte, o más bien a su desgracia.
Con un tránsito caótico, abarrotado y peligroso, con escaso y también riesgoso espacio para los caminantes, con el comercio informal e ilegal a la cabeza de su microeconomía, con una arquitectura abandonada y una notoria falta de higiene, a la que se le suman los derrames cloacales comunes a toda la ciudad, y con una inseguridad al límite a toda hora, El Bajo es la peor síntesis de la ciudad de Tucumán.
Las puertas al cielo o al infierno
Ahumada Ostengo abrió el “Conversatorio” con el concepto de las “puertas” de una ciudad, donde El Bajo es una de las cuatro o cinco que tiene el Gran Tucumán y las comparó con “puertas” de otras ciudades, como las Torres Satélites en México o La Defense en París. Después responsabilizó al poder político por no haber determinado reglas claras, lo que derivó en el caos que hoy es El Bajo.
Sobrino le dio continuidad a la idea del desorden del barrio, feo, inhóspito, por demás inseguro y con un tráfico infernal. Luego comparó a Tucumán con Córdoba, dos ciudades antagónicas, y aclaró que si antes el Estado no garantiza condiciones básicas de seguridad, iluminación, orden y calles en buen estado, el sector privado no invertirá en la zona.
En esa dirección, Grinblat opinó que para que El Bajo sea atractivo comercialmente y pueda desarrollarse -“hoy ahí no vendemos un metro cuadrado de nada”, dijo- primero tiene que haber una propuesta. “En Tucumán soñamos con con tener un plan estratégico pero no lo hay. Y hoy se puede pensar que es mejor tener un mal plan que no tener ninguno”.
Grinblat propuso planificar sobre tres ejes: conexión, que es ordenamiento del tránsito, mejora del transporte público, prioridad al peatón, etcétera; identidad, que El Bajo no pierda su esencia; y escala, que significa no hacer edificios de 20 pisos en medio de casas coloniales, y adecuar el sector para que “mande” el peatón y no los autos.
Los tres actores
La urbanista Medina, asesora en la Dirección de Medio Ambiente de la provincia, coincidió en que la degradación de los barrios y de los espacios públicos se debe a la ausencia del Estado, aunque aclaró que en la definición de una ciudad intervienen tres actores: el Estado, el mercado (inversores) y los habitantes. Medina señaló las cada vez más profundas diferencias entre el sector oeste del área metropolitana, más desarrollada, donde la gente prefiere vivir, con el sector este, más degradado y con menor infraestructura urbana.
Por último, subrayó las deficiencias del transporte urbano en la ciudad, el que debe formar parte de un sistema integrado, algo que no ocurre en Tucumán. Una de las formas de trabajar sobre la orientación de políticas públicas es potenciar el carácter de cada barrio, de modo que genere o fortalezca la identidad de cada zona, apuntó Torres Zuccardi, como vienen haciendo desde hace años en la Ciudad de Buenos Aires, donde funcionan exitosamente en este sentido las comunas. Con esto, explicó el experto en planeamiento, se descentraliza el municipio y se empodera a la ciudadanía en la toma de decisiones estratégicas de cada barrio, ya que el jefe comunal y su equipo están mucho más cerca de los vecinos que un intendente. Esto impactó directamente en Buenos Aires y en decenas de ciudades del mundo en el fortalecimiento de la identidad de un sector, porque compromete a los habitantes con su entorno y marca una dirección clara para el desarrollo de un barrio. Hay un plan, en definitiva, que impulsa sobre todo la gente y como antídoto ante el abandono del Estado.
Un puerto sin río
Para abordar cualquier análisis urbanístico de una ciudad, es imprescindible conocer su historia, entendida no como una reseña de sucesos o efemérides, sino como un todo: ecosistema, desarrollo, cultura, economía, terreno, clima…
Cuando se fundó San Miguel de Tucumán en la actual ubicación, en el Siglo XVII, la plaza principal estaba a tan sólo cuatro cuadras del río, que corría por lo que hoy son las avenidas Avellaneda y Sáenz Peña. A eso se debe el pronunciado desnivel que existe desde esas avenidas hacia el este.
El río Salí era caudaloso en ese entonces y fue tan relevante en la elección del lugar para fundar la ciudad, que en esa época los españoles a esta zona le decían “La Toma”, por la importante toma de agua potable que significaba el río. Cada vez que el río crecía, y lo hacía a menudo, propio de Tucumán, se desplazaba un poco hacia el este, donde encontraba menos resistencia.
En los terrenos que cedía el río quedaban lagunas estancadas, que de a poco fueron rellenándose y transformándose en cultivos. Desde sus inicios los tucumanos le dimos la espalda al río -pese a que estamos aquí por él- hasta el presente, en que lo abandonamos completamente.
Decir que El Bajo es el puerto de la ciudad no es simbólico, lo fue desde el comienzo. Luego llegó al barrio el ferrocarril, en la década de 1860, más tarde el aeropuerto -el primer avión aterrizó en 1911- y después la terminal de ómnibus, sin edificio hasta 1963. Todo eso fue El Bajo, el puerto y el corazón de la ciudad. Y así como abandonamos a nuestro río y a nuestro puerto, venimos abandonando al resto de la ciudad.
Dicen que aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla, y sólo así se entiende por qué los tucumanos, desde hace décadas, no dejamos de repetir nuestros fracasos.